14.5.11

A 25 años de Master of Puppets

El otoño en Dinamarca es la estación más desangelada del año. Recién acabada la euforia de un verano que a regañadientes da dos o tres semanas arriba de 25 grados, a los habitantes de este país conformado por más de 400 islas no nos queda más que prepararnos psicológicamente para un larguísimo invierno. No puedo estar seguro, pero tampoco me atrevo a dudarlo, que el otoño de 1985 no hizo diferencia climática alguna. Sin embargo, en Copenhague sí sucedió algo extraordinario en aquel último tercio del año. Entre el 1 de septiembre y el 27 de diciembre el recinto de Sweet Silence Studios, ubicado al sur de la capital danesa, sirvió de laboratorio para dar vida a un complejo prodigio llamado: Master of Puppets.

Por aquel entonces, James Hetfield, Kirk Hammett, Cliff Burton y Lars Ulrich a penas rebasaban los veinte años. La primera vez que escuché el Master of Puppets estaría a la mitad de mi trayecto adolescente. Quién se hubiera imaginado que, tan solo unos años después, vería la cara de una Metallica que comenzaba a envejecer y que parecía estar obstinada en la edificación de su propia tumba: pataleando en algún lugar en medio de los desacertados mellizos que fueron Load y Reload, y el descalabro (con una orquesta) que fue S&M. Pero todas estas recientes decepciones no me afectaron ni a mí ni al número incontable de greñudos imberbes que nacimos con retraso de un lustro. Master of Puppets nos marcó.

Master of Puppets representaba un salto virtuoso que daba continuidad a la transformación que había comenzado en 1984 con el Ride the Lightning. Atrás, pues, había quedado esa actitud irrefrenable reflejada en el desenfado adolescente del que están impregnadas las melodías del Kill ‘Em All. Para entonces, a pesar de la poca distancia en el tiempo, a esta ópera prima de los músicos de San Francisco se le miraba ya como se mira un terreno distante. Si bien los de Metallica mantenían el ímpetu de los días de Metal up your ass (Demo, 1982), su música había tomado definitivamente un curso distinto, mucho más sofisticado. El rasgueo y la rítmica se mantenían dentro de los velocísimos estándares del Thrash, sin embargo, Ride the Lightning  había impulsado a la banda en una nueva dirección: estructuras épicas, expansión en el plano instrumental (inclusión de guitarras acústicas) y un entorno lírico más vasto, ensayando temas que iban desde la pena capital hasta las plagas de Egipto. Master of Puppets continuó con el mismo tenor, ofreciendo ocho complejos tracks que trataban asuntos como la psicosis, la guerra y las adicciones.

Es precisamente el tema de la adicción a las drogas el que conforma el núcleo de la mejor pieza que da título al mejor álbum de la historia de Metallica. Desde el staccato sinfónico de la introducción hasta la amenazante risotada (sí, un poco forzada) del desenlace, “Master of Puppets” compite por uno de los grandes momentos del Heavy Metal. Es una de las piezas más rápidas de la banda, y también una de las más extensas. A lo largo de los colosales 8 minutos y 38 segundos, la melodía serpentea entre tantos riffs, interludios y solos que el momento es por sí solo suficiente para catalogar todo el álbum como un clásico.
  
 

Pero “Master of Puppets” no es un bote perdido en el océano. Le acompañan otras piezas maestras, como la batiente abridora “Battery” y “Welcome Home (Sanitarium)”, un trayecto que va de la sobriedad melancólica hasta la inopinada aceleración del delirió thrashmetalero.

Por la manera como sucedió, 1986 se convirtió en una cicatriz imborrable para Metallica. Seis meses después de la publicación de Master of Puppets el autobús de la banda se estrelló, provocando súbitamente la muerte del bajista Cliff Burton. Con canciones como "Anesthesia (Pulling Teeth)" y la célebre introducción de “For Whom the Bell Tolls”, Burton se había ya ganado un lugar legendario en lo que a bajistas se refiere. En Master of Puppets, su ejecución fue aún más a fondo, algo que se hace evidente, por ejemplo, en el inquietante prólogo de la devastadora joya thrasher “Damage, Inc.”, o la instrumental “Orion”, cuyo terreno está dominado por el omnipotente sonido del bajo. En todo el disco, los sonidos graves fueron mezclados a un volumen muy alto. Al escucharlo, al día de hoy, es imposible desestimar la aportación esencial que Burton hizo a Metallica durante sus épocas de culmen.

El productor de Master of Puppets, el danés Flemming Rasmussen, hizo asismismo el trabajo del álbum subsecuente en 1988: …And Justice for All. Para entonces, después de un casting exhaustivo, el ex Flotsam and Jetsam, Jason Newsted, ya había sido reclutado por dos de los egos más grandes en la escena metalera: Hetfield y Ulrich. En la mezcla final de…And Justice for All, el bajo de Newsted tiene un volumen tan bajo que resulta casi insultante. Los rumores de una remasterización de este material han sido aplastados por Ulrich, sin embargo, curiosamente, gracias a la hipercomercialización de Metallica en la industria plástica del rock, a través de productos como Guitar Hero, muchas de las líneas melódicas de Jason Newsted han sido ripeadas y subidas a YouTube. Todo esto, como un intento justiciero de los fans por reivindicar el sonido del bajo de Newsted.
 
Después de …And Justice for All, llegó el que ha sido llamado Black Album. En este material el sonido de la banda dijo adiós al Thrash, dándole simultáneamente la bienvenida al Hard-Rock-llena-estadios del productor Bob Rock. A partir de ahí se vino un periodo de firme y continua decadencia, culminando en ese accidente, a la vez feo, pero inexplicablemente atrayente, St. Anger (platillo que se disfruta más si se adereza con el certificado de defunción de la banda: el documental Some Kind of Monster).

No obstante, algo parece haber resucitado a la vieja bestia. Será, quizá, la presencia a la vez brutal y juvenil de Robert Trujillo. Será, acaso, la mano milagrosa del Rey Midas de la producción musical, Rick Rubin. Tanto es así, que en 2008, Metallica soprendió con un álbum que intenta revivir el lejano espíritu de lo épico, lo pesado y lo veloz: Death Magnetic.

1986 fue un año excepcionalmente bueno para el Thrash Metal. Al Master of Puppets de Metallica se sumaron alhajas como el Reign in Blood de Slayer y Peace Sells… But Who’s Buying? de Megadeth. Desde el 2010, estas tres bandas junto con Anthrax han compartido escenarios como parte de la gira “Big Four”. Después de años de sostenida animadversión entre ambos bandos, es bueno ver que, el líder de Megadeth, Dave Mustaine (relegado de Metallica antes, incluso, de grabar su primer álbum), es ya capaz de convivir con sus ex camaradas.
 
Todavía desencaja la quijada el recuerdo de aquella escena del documental Some Kind of Monster, en la cual, durante una infame sesión de “terapia de grupo” en compañía de Lars Ulrich, Mustaine afirmó que el rompimiento con Metallica había arruinado los últimos veinte años de su vida: "¿Que si soy feliz siendo el número dos? No."

En julio de este año, Megadeth lanzará una versión especial de Peace Sells…, para conmemorar su 25 aniversario. Y ¿quién estará colaborando en el anecdotario del booklet? Ni más ni menos que Lars Ulrich.

La respuesta a si en algún momento veremos a Mustaine alabando los momentos de gloria de sus ex compañeros, seguirá, por el momento, siendo un misterio.


Artículo publicado en Revista Replicante

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